SER ATLETA

                                 

Siempre me gustó el esfuerzo físico, no sé si llegue a conquistar la condición de atleta como consecuencia del devenir de mi propia personalidad, o casualmente, el descubrimiento de ciertas capacidades atléticas la modeló. Lo importante es el resultado final, esa simbiosis entre carácter y escenarios que retroalimentaron esas capacidades, me convirtieron en atleta para siempre, hasta que el sistema complejo de la vida me lo permita, pero no faltará el impulso que todo lo mueve, la fuerza de voluntad y la perseverancia.

Pero, ¿qué supone ser atleta?, no voy a recurrir a definiciones establecidas, sobre todo, por personas que no han sido atletas. Evidentemente, ser atleta lleva implícito un aspecto estrictamente mecanicista y fisiológico, es una persona que está en esos percentiles de condición física muy alejados de la mediana, la media o lo normal en la población. Hoy en día, si atendemos exclusivamente a ese parámetro, es fácil adquirir la condición de atleta, ya que el deterioro de la competencia motora y de la condición física de la población, todo ello, asociado a los altos niveles de sedentarismo, sobrepeso y obesidad, por poco que hagas, ya te diferencias abrumadoramente del resto de las personas. Pero es que ser atleta trasciende al hecho determinista, cuantitativo y mecanicista, posiblemente, muchas de las personas que deambulan por la calle con grandes niveles de morbilidad, podrían tener aptitudes genéticas para el rendimiento atlético. Sin embargo, los rasgos de personalidad (posiblemente también modulados por aspectos genéticos, epigenéticos y ambientales) son esenciales y nos permiten realizar de manera sistemática y “de por vida” la práctica atlética, como un hábito más de vida, como una necesidad fisiológica o impulso filogenético que nos predispone al movimiento y al esfuerzo. Pero, la condición de atleta, para mí, trasciende esa categoría, y atesora otro elemento definitorio y sublime, y es el filosófico. Ser atleta debería modelar y ayudar a desarrollar una particular cosmovisión de la vida, la cual se asentará en la búsqueda de la virtud.

Con el paso de los años, he descubierto que mi práctica atlética me ha conducido o ayudado a esta construcción personal, la cual se ha nutrido, sin lugar a dudas, de elementos importantes de las filosofías helenísticas y en su máxima expresión, “vivir de acuerdo a la naturaleza”, lo que nos llevará a la felicidad, un camino que se hace exclusivamente de forma individual y que se mimetiza con el símbolo virtuoso de “la soledad del corredor de fondo”, un reencuentro introspectivo sobre la importancia de las cosas. En este sentido, las filosofías cínicas, estoicas o epicúreas describen o ayudan a entender la vivencia virtuosa del atleta holístico.

El esfuerzo gratuito sin mayor recompensa del hecho en sí mismo de realizarlo como elemento de auto-superación personal, conlleva cierto ascetismo propio de los cínicos. Diógenes decía, “Hay dos clases de ejercicio: el de la mente y el del cuerpo; y que este último creaba en la mente impresiones tan rápidas y ágiles al tiempo de su ejecución, que facilitaba mucho la práctica de la virtud; pero que uno era imperfecto sin el otro, ya que la salud y el vigor necesarios para la práctica de lo que es bueno, dependen igualmente de la mente y del cuerpo”.

 

También el atleta practica habitualmente cierto ascetismo, ayuna, se priva de alimentos no saludables y placeres mundanos. A su vez, el atleta se nutre de cierto hedonismo, referencia de la filosofía epicúrea, sin la búsqueda del placer, la adherencia a la práctica atlética sería absurda. Pero es un placer que trasciende al hecho mecánico y fisiológico, es más duradero, el placer de los epicúreos es ataraxia (calma) y aponía (ausencia de dolor), es un placer espiritual. Ataraxia que junto con el Areté (virtud y excelencia) nos llevará a la eudaimonía (Introspección y desarrollo personal para la búsqueda de la felicidad) pilares de la filosofía estoica, y, que hoy en día es la base del “Coaching” personal. La filosofía estoica se basa en el autocontrol, la autodisciplina, la autarquía personal para manejar de manera eficiente las emociones, favoreciendo la autoconfianza y el autoconocimiento. Todo ello, nos hará emprender el camino hacia la conquista de las cuatro grandes virtudes estoicas: la sabiduría, la templanza, el coraje y la justicia. Lo cual se mimetiza en la propia naturaleza de la práctica atlética, sabiduría a la hora de conocer tu cuerpo y tu mente y el entorno de la competición (rivales, condiciones ambientales), templanza en la victoria y en la derrota, coraje en la lucha y justicia con uno mismo y con los demás ante la derrota y la victoria, pero sobre todo ante el esfuerzo empleado.

Esto es fantástico y real, yo lo he asimilado en parte, no sé si emana, como decía antes de un rasgo de mi personalidad moldeado por la genética, la epigenética y el ambiente. El caso es que el altruismo y cierto ascetismo que conlleva la disciplina atlética, poniendo el interés en el placer importante, ese placer espiritual, modulado por la secreción hormonal, la templanza que da la derrota y la victoria, el respeto al rival, la solidaridad, la generosidad y el compañerismo lo asocio indisolublemente a la práctica atlética.

 

Por tanto, si atendemos a una nomenclatura holística del concepto atleta: fisiológica más filosófica, al día de hoy me encuentro a muy pocos atletas. Y es que Pierre de Coubertin, Cagigal y otros autores fracasaron en el intento de desarrollar un humanismo deportivo, el devenir de los acontecimientos ha demostrado que los deportistas por el hecho de hacer deporte no son mejores personas, que además el deporte se ha convertido en un instrumento de manipulación política, en un producto mercantil y no ha servido para solucionar ningún tipo de conflictos. Y es que el comportamiento prosocial y la moralidad individual está conformada por una vasta influencia de factores internos (genética y epigenética, influencia neuroendocrina) y externos (medios de comunicación, familia, amigos…). En mi vida deportiva, he descubierto en este entorno a las personas menos buenas que uno se esperaba: egoístas, desagradecidos, envidiosos, traidores, embusteros…Ya lo decía Mandell (1986) no puede afirmarse que el deporte moderno haya llevado bienestar a las masas, ni solidaridad entre pueblos y culturas, que haya eliminado el racismo y el sexismo o que aporte un referente ético y moral a la ciudadanía (5). Incluso Sánchez Bañuelos (1998) (6) destaca que no necesariamente se puede relacionar la práctica deportiva con los resultados académicos, la formación del carácter y el desarrollo moral.

La realidad del atleta postmoderno, postapocalíptico, cibernético o transhumanista, es en parte la que describo en mi artículo “Campeones de hojalata “, auténticos sociópatas:


 Las redes sociales han sido el elemento final de la destrucción del atleta holístico. El campeón de hojalata es un indicador más de la decadencia de las sociedades postmodernas basadas en la atomización del individuo, una sociedad de individualidades en paralelo, centrada en un hedonismo materialista y cortoplacista y profundamente sociópata.

 Como aspirante a estoico y asumiendo que la virtud es un camino a enseñar, seguiremos corriendo el camino, solo o acompañado, y, animando a los atletas que lo hagan conmigo a descubrirse como atletas auténticos, atletas holísticas, auténticos “Hércules” en una sociedad ávida de virtud.

 

Pedro Ángel Latorre Román

 

Referencias

 

Mandell, R. D. (1986). Historia cultural del deporte (No. Sirsi) i9788472900479).

Sánchez, F.(1998). El concepto de salud, su relación con la actividad física y la Educación Física. Orientada hacia la salud. En: Nuevos horizontes en la Educación Física y el deporte escolar.  Acta II congreso internacional. Málaga. IAD.

https://www.eldeportedejaen.com/2015/08/campeones-de-hojalata/

 

 

 

 

 

 



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