BREVE RELATO PAVOROSO DE UN NEGACIONISTA

 

“Negacionista”, esa etiqueta con ánimo ofensivo, excluyente y discriminador y de la que el vulgo se afanaba en esquivar, sin saber que la negación es la base para la construcción del conocimiento. Como decía Descartes a través de su duda metódica: “debemos amplificar hasta límites insospechados la fuerza expansiva de la duda, cuanto más potente sea la duda, más sólido será lo que se le resista”.  Además, Hegel, mediante el concepto de “la máquina de la verdad” señalaba que sólo alcanzaremos ésta cuando se lleven a cabo todas las posibles negaciones. Los investigadores vivimos en la eterna negación que nos supone enfrentarnos a diario en nuestros experimentos a la hipótesis nula. Pero es que la búsqueda de la verdad a través de la negación ilustrada, nos llevará a la virtud, a lo que Sócrates llamaba “intelectualismo moral, y que Kant invitaba a su uso público en la defensa de la justicia. Todo ello, implica un coraje inusitado. Valor que hemos manifestado y sostenido los “negacionistas” a lo largo de este acto criminal organizado de la “Pandemia Covid-19”.

Pero no hacía falta tanta retórica filosófica para explicar el acto supremo de dignidad que han llevado a cabo personas humildes, mayores octogenarios algunos, entre ellos mis padres, que sin muchos recursos para obtener información al margen de la propaganda criminal oficial, y que tirando de su instinto natural, encumbrado en una intuición deontológica, supieron identificar claramente el bien y el mal, la verdad y la mentira y se posicionaron en un “negacionismo” vital, humanista y noble, a cara descubierta y con la puerta de su casa abierta de par en par para cualquier ser humano.

Y es que los “negacionistas” no sólo fuimos insultados, fuimos discriminados, despreciados, amenazados y coaccionados, en el mayor ejercicio de rechazo social que una persona, por sus opiniones y actitudes vitales, haya tenido en los tiempos contemporáneos.

En mi caso particular, he sido increpado y despreciado por aquéllos que creía amigos o que me tenían respeto y afecto. Haciendo deporte me han insultado e increpado para que me pusiera la mascarilla, con intentos de grabaciones con móviles para el escarnio público. En mi propia casa, he permitido, a regañadientes, que vecinos, amigos y demás “tragacionistas” entraran con mascarilla, pese a mi insistencia de que se la quitaran, el colmo del desprecio, es que me decían que se la ponían por respeto a nosotros, y no, era por su patético y bochornoso miedo a contagiarse, jejejeje, de nosotros. En el trabajo he sufrido acoso, insultos y amenazas por parte de alumnos en un máster en el que imparto clase, por mis opiniones sobre la nefasta gestión de la “plandemia”. Incluso en el ámbito familiar, hemos sido rechazados por no hacernos un test para pasar unas vacaciones al no estar inoculados con el maldito veneno. He tenido que entrar de incógnito a un hospital para acompañar a mi mujer operada porque exigían el pasaporte “nazi-covid”. No he podido participar en una prueba ciclista como “la Quebrantahuesos” (estando inscrito) o en la carrera de San Antón de Jaén, ya que, o estaba vacunado o me exigían una prueba PCR. Nuestras actividades vitales y de ocio han sido limitadas o anuladas bajo la coacción de la inoculación y el uso del bozal. Un ser abyecto y miserable, un empelado de correos, me gritaba en la oficina por no llevar la mascarilla y me exigía darle explicaciones delante de decenas de personas, al igual que otra abyecta empleada en una oficina municipal, porque le exigía celeridad en la atención al público, eludía su incompetencia, exclamando, ad hóminem, con la paranoia “covidiana” clásica: ¡póngase la mascarilla!. Todo ello sin tener estos miserables competencias legales para exigir ningún dato sanitario de exención. Amiguetes sanitarios, que cuando mi dato anulaba su relato, esgrimían evasivas patéticas o igualmente opiniones ad hóminem absurdas y ofensivas. Y más y más… Reconozco no haber pasado miedo, pero si rabia, indignación e impotencia.

Mis hijas han sido amenazadas de no ir a viajes escolares si no estaban vacunadas, apuntadas en una lista de no vacunados, señaladas en clase levantando la mano como no vacunadas. El culmen de la inmoralidad en el ámbito docente, es que, en una clase de violín, cuando ya no era obligatoria la mascarilla en interiores, el profesor no se acercaba a una de mis hijas a afinarle el violín por no llevar la mascarilla y le insistía en la distancia de seguridad (es decir, que ni se acercara a él). Incluso en algunos recreos, la "peque" sintió rechazo y aislamiento. Ver a mi hija de 8 años, sana, ir en un coche sin mascarilla y la familia que la traía a casa, embozalada por temor a ella, era desolador, ¡hasta dónde había llegado la especie humana! exclamaba para mis adentros. 

Todo ello a la postre ilegal, absurdo e inmoral.

Y de repente, todo ha pasado, nadie se acuerda de nada. No guardo rencor y he de afirmar que, por el contrario, otros amigos, a pesar de haber sido presas fáciles del miedo, de la manipulación y víctimas de su propia pusilanimidad, incluso al extremo de haber caído en la trampa de la inoculación tóxica, me han respetado, han convivido conmigo desde el primer momento y muchos de ellos a cara descubierta.

Pero los “negacionistas” no vamos a parar de recordar el mayor atentado a la bioética y a la salud pública y a los derechos y libertades fundamentales perpetrados ilegal y criminalmente por la casta política, con la complicidad indecente de los voceros de la casta “periodística”, con el silencio miserable y repugnante y con la mano ejecutora de la clase sanitaria y con la dilación negligente y dolosa de la clase judicial.

He perdido el aprecio de muchos, pero sin duda he ganado el respeto de otros. Al día de hoy no me cabe duda que mucha gente se ha arrepentido de haberse inoculado, e identifican, tarde pero siempre es de valorar, la farsa de la pandemia y que los “negacionistas” llevábamos razón, aunque muchos siguen atrapados en la caverna de Platón. Espero que jamás se vuelva a producir semejante acto terrorista de carácter institucionalizado.

 ¡No olviden “ciudadanos” !, sin saberlo, todo este acto criminal se ha llevado y se llevará la vida de miles de personas, ha llevado a miles de personas a la enfermedad mental, a la ruina económica y al enfrentamiento social y familiar. Y recuerden, esto no ha acabado aquí. Lean, estudien, no pierdan su instinto, no tengan miedo y pongan en duda o nieguen directamente todo lo que venga de arriba. 


Pedro A. Latorre Román

Comentarios

  1. ¡Dale con lo de nazi-covid! ¡Dale con meterse con los nacionalsocialistas y con Hitler! ¡Ya vale, dejen ustedes de demonizar al hombre que una vez hizo temblar al Establishment! Con su postura es como salvaguardan el interés de los que nos están esclavizando. Llamemos a las cosas por su nombre. Dejemos de ser cobardes. Muchas de las personas que están preocupadas por lo que el control judío de los medios está haciendo a nuestra sociedad no quieren identificar aquel control como judío. ¡Control judío, no nazi!
    ¡Los nacionalsocialistas no obligaron a nadie a vacunarse!, es más, los nacionalistas derogaron la obligatoriedad aprobada años antes:
    Los NS relajaron los requisitos de vacunación obligatoria, vigentes en Alemania más de 50 años antes de su llegada al poder, optando por un enfoque voluntario.
    Cuando Hitler llegó al poder, en 1933, el descontento con la vacunación obligatoria se había cumulado.
    La vacunación forzosa, contra la voluntad de padres y niños, causó indignación durante la República de Weimar, especialmente por incidente de 1930 en el que más de 70 niños murieron por una vacuna contra la tuberculosos: el “desastre de Lübeck”.
    En 1935, el ministro del interior de Hitler sentenciaba: “se sirve mejor al carácter popular de las leyes de salud -absolutamente deseable en el estado Nacionalsocialista-, si se evitan inquietudes innecesarias en su implementación en la población”.
    En 1936, los almenes ya no tenían que demostrar que habían recibido una vacuna contra la viruela para asistir a la escuela secundaría, y en 1940 se hizo legalmente vinculante, continuando así incluso durante los gobiernos alemanes posteriores a la guerra. Hitler no obligaba a nadie a vacunarse ni pedía ningún pasaporte que justificase el haberse vacunado ni perseguía a los no vacunados.
    Dejemos de propagar como loros la propaganda judía.
    Saludos.

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  2. Haciendo honor al titulo de su articulo: “… de un negacionista”, otro negacionista, el menda, mi negación del holocausto, ¿Qué diremos del nacionalsocialismo, si resulta que el holocausto no sucedió? Entonces todos los exabruptos contra el nacionalsocialismo son pura fantasía, de gente adoctrinada en las mentiras de la prensa judía. ¿Y el “nazi-covid”? pues más de lo mismo, una expresión aprendida en la servidumbre al judío.
    https://t.me/Medicosporlaverdad/43137
    Saludos.

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