Una de las competencias fundamentales para la excelencia en el ejercicio de la política postmoderna, aparte de la capacidad para mentir, es la capacidad para destruir. Ya saben, destruyen la economía, la paz social (enfrentan hombres vs. mujeres, heterosexuales vs. otros, azules vs. rojos, vacunados vs. no vacunados, “negacionistas” vs. “tragacionistas”, catalanes vs otros, etc.), la educación (vean el informe PISA), la sanidad (listas de espera) y como no, nuestra herencia cultural (memoria histórica). Y luego te ofrecen otra solución al igual más destructiva: relativismo biológico, deuda pública, ideologización de la educación, políticas de identidad, redes clientelares y muchas vacunas…Nuestros arribistas más cercanos, los peones del último escalafón de la dominación, que deberían tener la auténtica vocación de servir altruistamente a sus vecinos, aprenden rápido todas estas ignominiosas habilidades. La iniquidad se convierte en virtud. Esta introducción me sirve para contextual
Nací y he morado la mayor parte de mi vida en la barriada de San Lorenzo. Mi apego vitalicio al barrio y al vecindario se sustenta en una infancia agraciada de vivencias maravillosas con los amigos y habitantes del lugar en un entorno monumental, natural y paisajístico impresionante. Mi memoria retrospectiva de más de 50 años, me hace recordar a todos los vecinos del barrio, incluso a los árboles del lugar, la naturaleza circundante, las huertas, la muralla, el espacio diáfano de la plaza y las sierras al fondo, presididas por Mágina y en lontananza Sierra Nevada. Los niños teníamos una noción geográfica y geológica de la zona extraordinaria, conocíamos los pueblos, los montes e incluso los caminos. Pero lo más importante para nosotros era que el barrio nos pertenecía y la libertad nos asistía, lo disfrutábamos sin restricciones ni limitaciones, había pocos coches y escaso turismo. Las calles eran de los niños, como destacaba Guts Muths en su obra “Gimnasia para la Juventud” (1807),
Ya sabíamos que la resaca de la falsa pandemia se haría notar en nuestra vida cotidiana durante mucho tiempo. La falsa pandemia supuso la apertura total de la ventana de Overton a cualquier disparate, mentira y ocurrencia por parte de nuestros benefactores, los políticos. Por ejemplo, el amuleto de la inmortalidad, la mascarilla, sigue presente y aconsejable por las autoridades sanitarias y educativas. Pero lo que han instalado en esta sociedad decadente y pusilánime es el miedo constante a cualquier cosa, ante el cual, la presencia benefactora del Estado, hace claudicar cualquier atisbo de libertad, sentido común y raciocinio, como veremos más adelante con los nuevos miedos climáticos. La gestión de la falsa pandemia fue el mayor acto criminal jamás perpetrado por el Estado contra su pueblo en tiempos de paz. Los estados de alarma, declarados ilegales por el Tribunal Constitucional, supusieron la supresión de los derechos y libertades más elementales y sus consecuencias se concret
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