LO NIEGO TODO
LO NIEGO TODO
Así tituló su último disco mi
paisano Joaquín Sabina, un transgresor de mentirijilla que ayudó a encumbrarse
al funesto Zapatero, ya saben, con “los de la ceja”, aunque luego se arrepintió
y le honra, como le honra este título y sus últimas declaraciones según las
cuales no volverá a actuar mientras vaya gente con mascarillas a sus conciertos
y no se pueda levantar de sus asientos (https://www.europapress.es/cultura/musica-00129/noticia-sabina-no-volvere-escenarios-mientras-gente-mascarilla-no-pueda-levantarse-fumar-tomar-copa-20211005161829.html).
Pero, ¿qué significa negarlo
todo?, pues lo contrario a admitirlo todo, negacionistas vs. “tragacionistas”,
palabra esta última acuñada en la época “covidiana” por el ínclito Juan Manuel De Prada,
que los definía como: Aquéllos que se niegan a examinar todas…, evidencias,
tal vez porque si lo hicieran tendrían que confrontarse con su estupidez
gregaria y su sometimiento lacayuno a las consignas sistémicas. Son éstos
…, los auténticos negacionistas, que con tal de sentirse abrigaditos en el
rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’. Pues el ‘negacionismo’, aparte
de un empeño desquiciado en prescindir de la realidad, es también un anhelo
gregario, una penosa necesidad de buscar protección y falsa seguridad en
conductas tribales. Y no hay conducta más tribal que tragarse las versiones
oficiales sin someterlas a juicio crítico, señalando además como réprobos a
quienes osan ponerlas en entredicho.
Aunque sería más preciso y pragmático
usar el término colaboracionista, entendido como aquel individuo sin “alma”,
desnaturalizado, un androide programado para obedecer y apoyar las consignas y
diatribas oficiales por muy en contra suyo que vayan. Puede ser además un arribista,
un sectario y en la mayor parte de los casos un indolente ignorante, un vago
intelectual que apuntala con su colaboración activa o pasiva los actos más abyectos
cometidos contra su población, antes por los Estados con sus administradores, y
ahora por una plutocracia financiera internacional sin rostro humano. Al
respecto, es de interés la lectura del libro de Naomi Klein “La doctrina del Shock”.
Nada más y nada menos que es lo que acontece en la nueva normalidad.
Vivimos en la época de la
intranquilidad, todo corre muy rápido, el desarrollo tecnológico desborda
nuestra capacidad adaptativa, todo caduca al instante, es perecedero. Y de
manera alegórica pareciera que nuestras vidas, cada vez más largas, fueran a
caducar a la vuelta de la esquina, no hay tiempo para pensar, reflexionar, buscar
la verdad, sólo para el hedonismo. En la época en la que una mentira oculta a
la siguiente a velocidad de vértigo y la censura “campa a sus anchas” el
razonamiento es imposible. Vivimos un mundo en el que los totalitarios han aniquilado
la alteridad. Citando a Adriano Erriguel:
Un mundo sin alteridad, sin enfrentamiento, sin posibilidades múltiples, es
decir, sin negatividad, las palabras subversivo, transgresor, iconoclasta…, son
vocablos que han conservado tanto poder de mordiente como las encías podridas
de un nonagenario.
Hemos llegado a tal nivel de confusión,
de alienación y en consecuencia de vagancia intelectual e indolencia que nos
hemos convertido en uno de los seres más despreciables del reino animal. Pocos
animales atentan contra sus propios vástagos como estamos haciendo con los
nuestros en la nueva normalidad, a saber, con: distanciamiento social, uso “perpetuo”
de las mascarillas, miedo y más miedo, incluso de matar a los propios padres, confinamientos
selectivos, discriminación y estigmatización por el estado de vacunación, desconfianza
en el otro, destrucción del rostro humano, de la expresión de las emociones,
del roce humano, inoculación de medicamentos sin garantías sanitarias y sin
serles necesarios…Todo ello por un síndrome con una tasa de letalidad actual en
España entre el 0.1-0.3%.
Precisamente lo más valioso
que necesita un niño para crecer sano y seguro: el aire limpio, los afectos, la
tranquilidad y seguridad, la socialización, la actividad física, el sol…se lo
estamos negando, imponiéndoles el inaceptable rol de héroes que se sacrifican
por los adultos. Somos los adultos los que nos
sacrificamos por los niños, no al revés. Una sociedad que admite lo
contrario, unos padres que asumen y refuerzan esta farsa de medidas, es una sociedad
decadente, es un colaboracionismo vil y miserable.
Pero lo importante es “no
salirse del tiesto”, lo mejor es pertenecer al grupo exitoso: al equipo de
fútbol, al partido político, a los ricos, a los embozalados... Éste es el
camino a seguir del colaboracionista, el negacionista de sí mismo, ese que cede
su soberanía personal y su alma a la del grupo y sobre todo al Estado, ese
benefactor supremo que nos protegerá de todas las amenazas.
Además, para apuntalar ese espíritu
colaboracionista, que no solidario, en esta época covidiana, los expertos y los
científicos son reclamados por los burócratas y los políticos para dar
credibilidad a sus planteamientos ideológicos y para satisfacer sus intereses
más espurios. Los medios de desinformación masivos harán el resto. Un bien
investigador sabe que constantemente se expone a la negación, ésta es su
máxima, y sabe que sólo así, negando la hipótesis nula, que es la verdad
inicial, es como se avanza en el conocimiento. Pues bien, una caterva
ignominiosa de expertos repletos de conflictos de intereses es capaz de tirar
por los suelos los planteamientos más elementales de la bioética y aseverar un
discurso falaz, especulativo y esquivo al debate serio y riguroso dentro de la
comunidad científica. No hay debate científico, solo una verdad única ad
infinitum, es el fin de la historia. Y es que en la nueva normalidad que nos ha
tocado vivir no se libran ni los científicos, de héroes a villanos serán
considerados muchos de ellos en el futuro.
Todos somos negacionistas de
algo: de Dios, de los extraterrestres, del Estado, de las religiones, de las
dietas milagro, de la justicia, de la custodia compartida e incluso del amor…Pero negarse así mismo, negar
tu libre albedrío, tu soberanía personal, tu naturaleza única e irrepetible y sacrificarlo
todo a los dictados de esta fauna de timadores y a la inconciencia del grupo es
vender tu alma al diablo, te convierte no sólo en un tragacionista-colaboracionista
del mal, sobre todo, te convierte en un zombi, un muerto en vida.
No les creas, busca tu propia
verdad, construye tu propia cosmovisión, tenemos los mejores recursos en la historia
de la humanidad para el conocimiento y ese crecimiento personal te hará libre,
valiente y sobre todo te reencontrará con tu esencia de ser humano. No te
niegues a ti mismo, reniega de ellos. Y
recuerda las palabras de Adriano Erriguel: Pensar
es lo que más les duele, y que citando a Kojéve indica que “La Historia se detiene cuando el hombre deja de actuar…, cuando
ya no niega más, cuando ya no transforma su entorno natural y social…
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