INSTINTO VS. RACIOCINIO EN LOS TIEMPOS DE LA NUEVA NORMALIDAD

INSTINTO VS. RACIOCINIO EN LOS TIEMPOS DE LA NUEVA NORMALIDAD

Sobrevivir, esa acción ineludible arrinconada en el recuerdo evolutivo de los seres humanos occidentales, acostumbrados a medio siglo de “bienestar” y tranquilidad. Aunque nunca hemos dejado de ejercer esa pulsión vital, pero de manera latente y bajo mínimos. Todo ello porque hemos depositado nuestro destino en el “súper-padre” todo poderoso, el Estado, o mejor dicho “La casta política” benefactora del bien común. No era necesario luchar o tomar decisiones arriesgadas, todo estaba preestablecido y dirigido, nuestra seguridad garantizada. Pero llegó el colapso, la crisis de la COVID-19, la “plandemia” y nuestro instinto de supervivencia individual fue secuestrado por el instinto grupal, ese instinto gregario que fortalece a la manada. Algo sensato y eficiente evolutivamente si no fuera porque ese instinto no ha sido una expresión natural y espontánea ante el peligro, sino fruto de un ejercicio criminal de condicionamiento operante desde las más altas esferas de las élites económicas y políticas y vehiculizado por los medios de comunicación de masas.

Miedo las 24 horas del día, falseando la realidad, ocultando información, anulando el debate público, imponiendo la censura y la criminalización de otras formas de interpretación de la realidad. Pero, ¡Cómo es posible que una mayoría social haya adoptado una conducta más compatible con la presencia de un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) o un trastorno de desrealización, que haría de España un “gigantesco psiquiátrico”. La respuesta es muy simple, se ha sometido el instinto natural e individual de supervivencia a un artificial instinto gregario de protección generado por la actuación criminal de un elenco de autoridades de diferente pelaje. Como señalan McDermott y Hatemi (2018), cuando la gente cree que hay una amenaza para su grupo, hay un instinto natural para volverse más grupal y defender el grupo, así diferentes líderes políticos recientes en Europa y en Estados Unidos generan una amenaza potencial para suscitar este instinto defensivo y obtener apoyo para políticas a menudo no relacionadas. No debe olvidarse, que los políticos tienden a ser parte del problema más que una solución, así la mejor manera para que un político pueda construir una base de apoyo y poder es formular algunos intereses de grupo y representar un enemigo para atacar el instinto de grupo (von der Malsburg,2019). Aludiendo al trabajo Venkateswaran et al, (2019), se esperaba que otro instinto, en este caso el instinto individual de supervivencia se encargará de solventar esta situación cuando “se evacue el control estatal”; pero éste ha sido cada vez más férreo y autoritario. La gestión de la “plandemia” es un escenario de guerra con una retórica belicista y actuaciones beligerantes contra la ciudadanía por parte del Estado, ya saben: toque de queda, distanciamiento social, estado de alarma, salvoconductos, ruina económica…

Raciocinio e instinto van de la mano en la difícil tarea de tomar decisiones importantes, si el raciocinio ha sido secuestrado por la brutal campaña de propaganda “covidicia”, sólo se esperaba que el instinto, esa herramienta esencial en la evolución animal, hiciera su trabajo, vislumbrar el peligro real, que más bien provenía de todas las erróneas actuaciones políticas y sanitarias. Pero no, así como un bebé sabe decidir cómo bajar por una pendiente, con la cabeza hacia adelante si es suave, con los pies por delante si se incrementa la inclinación o no bajar si ésta lo pone en peligro, la mayor parte de la gente ha decidido tirarse por el precipicio sin pensar ni sentir.

Una vez claudicado el instinto, el raciocinio hubiera sido la salvación, pero es que también la mayoría social, incomprensiblemente, ha lobotomizado su corteza prefrontal, destruyendo así su control inhibitorio que le permitiría afrontar de manera reflexiva y mediante el empleo de otras funciones ejecutivas como la memoria o la atención, la “hercúlea” tarea de conocer la verdad de la mayor encrucijada histórica a la que nos han sometido.

Y es que la manipulación ha sido tan brutal que las informaciones falsas o inciertas se mantienen almacenadas en nuestro cerebro incluso con las nuevas evidencias, por lo que se necesita el control inhibitorio para eliminarlas. Es como haber incorporado en nuestro ser un instinto autodestructivo, el instinto o pulsión de muerte freudiano, un Thanatos que nos hace por ejemplo portar un bozal de manera permanente a pesar de que nos puede provocar carga alostática y enfermedad o negar los peligros para el ser humano de la actual gestión política-sanitaria, muy superiores a la enfermedad de la COVID-19, a saber: deterioro de la economía, de la armonía social, limitación de los derechos fundamentales, compromiso de la soberanía personal sobre nuestro propio cuerpo, destrucción de la bioética... Como decía DeWitte (2020) en su trabajo titulado: Instead of social distancing, practice “distant socializing” instead, urges Stanford psychologist, “el distanciamiento social va en contra del instinto humano”. Pero lo peor, inocularse un medicamento en fase experimental, sin garantías sanitarias, sin que nadie se haga responsable de sus efectos adversos, sin la prescripción facultativa obligatoria, y a sabiendas de que este fármaco está ya asociado a miles de efectos adversos graves y muertes (Ver: VAERS, EudraVigilance,etc.); exponiendo los padres a sus vástagos, que no sufren la enfermedad, a los riesgos indeterminados de esta medicación génica experimental. Y es que raciocinio e instintos van de la mano, pero en la nueva normalidad, una mayoría social, no es que los haya disociado, es que los ha despojado de su ser. Cuando se pierde el instinto y el raciocinio el resultado es el fin de la historia, la debacle evolutiva, la muerte del ser humano.

 

Pedro Ángel Latorre Román

 

 

 

 


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